miércoles, 29 de marzo de 2017

The Burros Discos congrega: RAKTA en Medellín


Medellín es un moridero, un lugar para morir, morir sin dignidad. Como dice ese viejito marica que nació en el barrio Bostón, esta ciudad es un desbarrancadero. Miles de almas madrugan a sus trabajos descolgando por entre empinadas laderas; a lo lejos, la nube de hollín marca el lugar donde queda el centro de la ciudad; allí, a cualquier hora se congregan los jíbaros, los desplazados, la mierda de loco, las putas viejas y las puticas. La ciudad no duerme y no duermen tampoco quienes la administran. A cualquier hora estos “despiertos” están ideando la forma de esconder a los habitantes de calle (como si la calle se pudiera habitar), la escoba de brutalidad policial hace su trabajo y la alfombra de bacrim contiene, resguarda, controla lo impúdico con toda violencia y el ejercicio de infundir temor.

Se acerca la Semana Mayor para los católicos y de ésta no tengo más recuerdos que haber buscado la forma de salir de este cagadero. Recuerdo muchas veces haber salido a acampar y atiborrarme de hongos con Ramón y el Payaso; prefería el infernal frío de Santa Helena, que una semana de hipocresía y doble moral en la capital mundial de regueton. Allí arriba, o en San Felix, o en Capurga hasta las tetas de bareta; un Harold periquiado buscando leña y un Toño que no pudo dormir porque toda la noche Estefanía y yo estuvimos culiando a su lado mientras él se hacía el dormido. Obvio que al día siguiente Toño nos hizo el reclamo; solo nos reímos del pobre pajizo. Pero nada. Mejor ser un fapero que padecer una semana de aburrición en Medellín.
La Semana Santa es un escape hacia el vicio y hacia la hedoné. Mis amigos y yo lo teníamos claro. María, con quien salí por un tiempo, aprovechaba para chupar el chimbo a James mientras yo iba al pueblo con Hernán a comprar chocolate para hacer una bebida con psilocibes. En otra carpa Jorge, a quien nunca le conocí un novio estable, se dejaba escarbar el ano por el mozo de turno, éste muy empericado, solía decir: “no hay nada como un escopetazo de ‘pérez’ en el culo”.

En otra salida, acordamos ir al mar; Coveñas sería nuestro destino/desatino. Durante el viaje David y la Rata se conformaban con secar pegamento en el camión, un camión que agarramos en el matadero municipal, así que su volco estaba lleno de mierda de res, y pues si el hijo de dios nació en un potrero, nosotros por qué no íbamos a viajar sobre el sagrado manto de excrementos. Nos armamos un bareto con moño y caca vaca, para dormir lo suficiente trabados sobre boñiga y aserrín, si no es así, quién duerme. Chimba de viaje. Y sí. Es preferible viajar en un camión de mierda de vacas sacrificadas a tener que soportar una soporifera sesión de rezos y golpes de pecho en ese valle de muerte durante una semana de santa hipocresía.
A Viviana le gustaba mucho el perico. Hubo noches en las que ella no pudo dormir; con el sonido de las olas y desde el lugar donde yacía mi cuerpo intoxicado la veía sacar su dosis de perico entre sus teticas y oler; como un centinela nos miraba a todos y nos cubría a con su mirada de esfinge, esfinge de gata, una esfinge muy arañada. Por lo general, ella no dormía en ningún viaje, siempre con perico de sobra, quizás lo hacía rendir entre tacañería y pequeñas esnifadas; claro que todo todo en paz con ella, ya que sin sus dones para el discurso y la conciliación un escuadrón de paracos nos hubieran matado cerca a Montelibano. Nada más cierto. Primero muertos a permanecer una semana de camanduleras y reggaeton en el Valle de Aburrá.
En la playa de Coveñas tuvimos varios encuentros con paracos; al principio nos abordaban queriendo saber si éramos guerrillos o revolucionarios; ya después nos abordaban para vendernos vicio; mucho después se acercaban para farrear con nosotros, vendernos relojes viejos o ver si culeaban con alguna de las chicas que están con nosotros; el caso es que ellas no soltaban nada y a lo sumo terminamos las noches abrazados con ellos oliendo perico, tomando ron y comiendo morocha cordobesa. Ah, porque no faltaba quien nos ofreciera culiar y entre nosotros no faltaba el que quisiera probar con una costeña. Porque es preferible que el chimbo se nos llenara de piojos a quedar en una ciudad que se disfraza de Santa.

En Cartagena nos pasó. Mientras Liliana y Camila nos esperaban en un toldillo por allá lejos, en la Boquilla, es decir, en la puta mierda; Ronald y yo estábamos cerca al Bazurto hablando de comer negra. Qué rico probar un delicioso chocho de negra, decíamos ya deseosos. Se nos presentó la oportunidad de comer costeña, mejor dicho, nos hicimos a la oportunidad. Yo no quería perder ningún detalle así que ya en la habitación aproveché para ver la forma y el color de la entrepierna de la morena de 23 años. Una soledeña grande y tetona, con un culo de ébano ancho y sudoroso, con un coño pelado, oloroso, rico, sabroso. Más que pensar en que iba a quedar pegado como un perro por ser Semana Santa, pensaba en que era el polvo más insulso que me había echado en lo que llevaba de vida, bajo presión, apurado, de afán, con tiempo medido, no pude ni dar unos lengüetazos en esa raja morada; pero pensaba sobre todo en qué le iba a decir a Liliana. Como es obvio, le conté. Ella se indignó conmigo porque yo estaba incentivando la prostitución, se calmó cuando le dije que no estaba incentivando ninguna chimbada, que sólo queria culiar con una mujer gigante como las que degusta Robert Crumb. Porque es necesario perder la vida y la salud en un abismal culo de mujer gigante y cimarrona, que una misa de gallo en una ciudad que poco o nada tiene qué ver con nosotros. De verdad, es justo y necesario.
 
Huir de la Semana Mayor siempre ha sido un privilegio porque todo aquí, en la tacita de caca, se vuelve insufrible. En los barrios obreros no falta la banda de guerra tocando requiems, yendo por las calles a media marcha mientras miles de feligreses pecadores siguen en procesión a un santo de yeso. El mercado de las crispetas y el mango biche con sal se extiende entre parroquia e iglesia; el parche de los penitentes es ir a visitar monumentos; y en caso de peregrinajes, qué mejor parche que ir a visitar al Señor caído de Girardota. Pero peregrinar con una garrafa vino barato, una libra de regular y el lorito, que no falte el loro sonando las canciones del momento, reggaeton por supuesto. Esto es tradición de chirrete y es normal. No es pecao.
 
La ciudad muere para el hereje. Medellín es por una semana más moridero que lo habitual. Todos los antros mueren y el pecado entra en una especie de hibernación, y es por eso que, el mal huye hacía a las montañas, al monte, al camino de matorral. La situación obliga a convertimos todos en una especie de Hojarasquínes y Madremontes; entidades del mal que entre la hojarasca desobedecen leyes de presunciones divinas. No obstante, y al parecer, este año todo será diferente. The Burros Discos prepara un evento en el día máximo, el día de la muerte de su señor jesus-cristo (señor suyo no nuestro).

El muerto al ojete y el vivo a RAKTA. Este es nuestro rebuzno. Nuestro roznido de desobediencia para abrir un espacio en la ciudad, pues no tenemos porqué huir, nada de eso nos incumbe, ni nos interesa. Esta ciudad es una empresa consagrada para el mal, ésta nunca se ha repuesto, ni se repondrá. El aire y los hábitos diarios son sentencia de lo que no sucede. Es por eso que queremos invitar a quienes huyen hacia el campo a echarse un polvo y a meter vicio, a que no escapen de aquí, pues queremos invitarlos a esta liturgia de delincuencia. Venga y huya después. En las afueras del lugar donde será este evento se congregan también las vírgenes y princesos del turismo sexual; quizás usted quiera ser pujante como los antiguos paisas de esta zona industrial. No hay nada que perder; tampoco hay mucho que ganar. Una experiencia más, una más, pero esta vez con una potente banda de mujeres brasileras, una banda de post-punk, y no sé qué más, llamada RAKTA.

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